La Dignidad no come sola
La Intendencia de Salto, a través de Desarrollo Social, anunció un cambio de sistema: la eliminación de la entrega de comida en contenedores y la puesta en marcha de comedores fijos a partir de noviembre. El argumento es: proporcionar un “espacio seguro, techado y adecuado” para devolver la dignidad a la hora de alimentarse.
Primero que nada, ninguna institución ni ningún jerarca decide cuándo alguien “pierde” o “devuelve” la dignidad. Fuera de esa arrogancia conceptual, la meta puede considerarse loable, considerando el fuerte compromiso económico de $1.600.000 pesos mensuales que la Intendencia destina y, a la vista de que varias personas solas luego de acceder a la vianda se sientan a comer en la vereda.
Sin embargo, en el ámbito de la política social, la efectividad se mide por la accesibilidad real y el costo humano. La medida, al exigir el consumo en el lugar, genera una triple barrera que amenaza con desarticular la mesa familiar en los espacios que aún existen y profundizar el dolor de la exclusión social.
1. Comer bajo el estigma
El sistema anterior permitía a las familias recoger el alimento con cierta discreción. Ahora, la concentración del servicio en apenas cuatro puntos fijos (Club Quinta Avenida 33, IPRU, Misión Vida y Merendero de Andresito) crea un inevitable “Comedor público”, reviviendo experiencias que supieron existir en otros tiempos en Uruguay.
– El Dolor de la Exposición: Para una familia, la necesidad de asistencia ya es dolorosa. Y eso no lo debemos olvidar nunca. Tener que trasladarse a un punto fijo, a la vista de la comunidad, y sentarse a comer en un lugar que identifica claramente la condición de “asistido”, puede ser una fuente de estigmatización para adultos mayores, adultos, adolescentes y niños. El comedor fijo, si bien ofrece un mejor techo, elimina la privacidad, haciendo que la ayuda se sienta menos como un derecho y más como una exposición.
– Refuerzo de la Segregación: La política social moderna busca integrar y normalizar. Concentrar el acto de comer de los más vulnerables en espacios delimitados, en lugar de facilitar la integración en el hogar y en la vida barrial, puede involuntariamente reforzar la segregación social.
2. La accesibilidad física y el despojo familiar
Más allá del estigma, el nuevo modelo rompe la vital cadena de asistencia dentro del hogar, donde la accesibilidad total era fundamental:
– Los Invisibles del Hogar: Cuidadores y Ancianos: ¿Qué ocurre con el adulto mayor o la persona con movilidad reducida que no puede recorrer grandes distancias, o que depende de un familiar? El sistema de vianda era su única garantía. Al obligar a comer en el lugar, se les exige un gasto de transporte o un esfuerzo físico inasumible, transformando el beneficio en una nueva barrera.
– La pérdida de la mesa: Un plato de comida caliente llevado a casa se transforma en el único momento de encuentro y normalidad. Se calienta, se sirve en platos y se consume en la única mesa familiar. Al exigir el consumo individualizado y centralizado, se rompe esa frágil unidad construida en torno a la necesidad, despojando a la familia de la dignidad de compartir su sustento.
La necesaria flexibilidad
La Intendencia de Salto debe incorporar estos factores humanos y sociales en su evaluación. La dignidad no es una decisión unilateral de la autoridad sobre dónde se debe comer; es un sentimiento de valía que se protege con la accesibilidad y la privacidad.
Como bien señaló Jean Ziegler, ex Relator de la ONU para el Derecho a la Alimentación:
“El derecho a la alimentación no es un derecho a ser alimentado, sino principalmente el derecho a alimentarse en condiciones de dignidad.”
Esta dignidad, exige que la persona pueda satisfacer sus necesidades con la mayor autonomía posible. El desafío es grande, y sin mirar para el costado, requiere acoplarse a una estrategia nacional dirigida por el gobierno que encabeza Yamandú Orsi que atienda y brinde soluciones reales a las personas más allá de la comida.
De lo contrario, este “salto” hacia la dignidad corre el riesgo de ser un paso atrás en la accesibilidad y un incremento en el dolor de la exclusión social.